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CHACINADOS Y EMBUTIDOS 


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TÍTULO DEL TRABAJO "TPCYE5" 


CLASE 5

Salame Casero Tipo Salami de Colonia (San Carlos, Oncativo)


El salame casero, en particular el tipo salami de colonia que encontramos en localidades cordobesas como San Carlos y Oncativo, es una verdadera joya de la gastronomía regional y un pilar fundamental en la cultura chacinera de Córdoba. Su elaboración es un arte que combina la tradición ancestral de la conservación de la carne con un conocimiento profundo de los procesos de fermentación y maduración. Más allá de ser un simple embutido, el salame de colonia representa un legado cultural, un sabor que evoca reuniones familiares y la identidad de un pueblo que supo transformar la necesidad en exquisitez. La paciencia, el control de las condiciones ambientales y la selección minuciosa de la materia prima son claves para obtener ese producto final, con su aroma penetrante, su textura firme y su sabor inconfundiblemente cordobés.

La selección de carnes y grasas es el primer paso crítico para un salame de excelencia. Tradicionalmente, se utiliza una mezcla de carne de cerdo (generalmente cortes magros como paleta o pernil, y también recortes con algo de grasa adherida) y tocino dorsal de cerdo (grasa dura de la espalda). Las proporciones son cruciales y varían según la receta familiar o la preferencia del elaborador, pero un equilibrio común es de aproximadamente un 70% de carne magra de cerdo y un 30% de tocino, para asegurar una buena textura, jugosidad y el marmoleado característico. La carne debe ser fresca, de animales sanos y preferentemente enfriada adecuadamente para facilitar el picado y la correcta ligazón. La grasa aporta untuosidad, sabor y ayuda en la conservación, mientras que la carne magra define la estructura del embutido final.

La mezcla de especias es lo que le confiere al salame de colonia su carácter distintivo. A diferencia de otros embutidos, la condimentación es sencilla pero potente. La pimienta negra en grano es indispensable, aportando un toque picante y un aroma fresco. El ajo fresco, machacado o finamente picado, es otro elemento clave, que no solo saboriza sino que también contribuye al proceso de maduración. La nuez moscada rallada, en menor proporción, añade una nota aromática sutil pero característica. Algunos elaboradores cordobeses también incorporan un toque de vino tinto (generalmente Malbec o algún vino de mesa de la región) o vino blanco seco, que aporta acidez y un perfil aromático complejo, además de ayudar a la ligazón de la masa. La sal, en su justa medida, es fundamental para la conservación y el desarrollo del sabor.

El proceso de picado es vital para la textura final del salame. Para el salami de colonia cordobés, se prefiere un picado grueso (generalmente con discos de 8 a 10 mm), lo que permite que los trozos de carne y grasa sean visibles en el corte, confiriéndole ese aspecto rústico y artesanal. Después del picado, la carne y la grasa se mezclan con las especias, la sal (a menudo nitrito de sodio o nitrato, para color y seguridad) y los demás ingredientes. Luego viene el amasado, que puede ser manual o mecánico. Este paso es crucial, ya que permite que la carne "tome liga", es decir, que las proteínas se unan y la mezcla adquiera una consistencia pegajosa y homogénea. Un buen amasado asegura que el embutido no se desgrane al ser cortado y que los sabores se distribuyan uniformemente.

El embutido se realiza tradicionalmente en tripa natural de vaca o cerdo, que ha sido previamente lavada y remojada para recuperar su elasticidad. El tamaño y el grosor de la tripa influyen en el proceso de secado y en el calibre final del salame. Es fundamental que el embutido se realice de forma compacta, sin dejar burbujas de aire en el interior, ya que estas podrían favorecer el crecimiento de microorganismos indeseados. Se suele utilizar una embutidora manual o eléctrica para asegurar la uniformidad. Una vez embutido, cada salame se ata firmemente en los extremos y se divide en porciones individuales, lo que facilita el colgado y el proceso de maduración.

Una vez embutidos, los salames pasan a la etapa de fermentación y secado, que es el corazón de la elaboración del salame de colonia. Inicialmente, se cuelgan en una estufa o un ambiente con temperatura y humedad controladas (alrededor de 20-24°C y 85-90% de humedad relativa) durante las primeras 24-72 horas. En esta fase, los cultivos iniciadores (si se usan) y las bacterias lácticas naturalmente presentes en la carne comienzan a trabajar, bajando el pH del producto y contribuyendo al desarrollo de sabor y aroma. Este proceso inicial es crucial para la seguridad y la calidad del salame, preparando el terreno para una maduración óptima y el desarrollo del característico "bouquet".

Posteriormente, los salames se trasladan al secadero, un ambiente con condiciones cuidadosamente controladas de temperatura y humedad (generalmente entre 12-16°C y 70-80% de humedad relativa, con buena ventilación). Aquí comienza la fase de maduración lenta. Durante este tiempo, que puede extenderse desde 30 días hasta varios meses, dependiendo del calibre y las condiciones, el salame pierde humedad progresivamente, desarrollando su textura firme y su sabor concentrado. Es en esta etapa donde la "floración" (el moho noble de color blanco o grisáceo) se forma en la superficie, contribuyendo a la protección del salame y al desarrollo de aromas y sabores complejos, actuando como una "piel" protectora natural.

El control del peso es un indicador clave durante el secado y la maduración. A medida que el salame pierde humedad, su peso disminuye. Los productores artesanales suelen llevar un registro del peso inicial y del peso en diferentes etapas para monitorear el progreso del secado. El proceso de descolgado y estacionamiento es crucial: una vez que el salame ha alcanzado el punto de secado deseado (generalmente una pérdida de peso del 30-40%), se puede descolgar y almacenar en un lugar más fresco y seco para un estacionamiento final que permite que los sabores se asienten y se desarrollen completamente, alcanzando su madurez óptima antes de ser consumido.

La identificación de defectos y sus soluciones es una habilidad esencial para el elaborador. Problemas como la "costra" (endurecimiento excesivo de la superficie), el secado demasiado rápido (que deja el interior crudo), el crecimiento de mohos indeseables (verdes o negros, que indican contaminación), o sabores rancios, pueden ocurrir si las condiciones de higiene o maduración no son las adecuadas. El conocimiento de las causas y las medidas correctivas es fundamental para garantizar la calidad y la seguridad del producto final y evitar pérdidas. Por ejemplo, una ventilación inadecuada o una humedad excesiva pueden favorecer la aparición de mohos patógenos.

El Salame de Colonia de Oncativo y San Carlos no es solo un producto alimenticio; es un pilar de la identidad cordobesa. Su tradición se celebra anualmente en fiestas populares que atraen a miles de visitantes, ansiosos por degustar estos manjares elaborados con pasión y maestría. La historia de estas colonias, fundadas por inmigrantes italianos y españoles que trajeron consigo sus saberes chacinados, se refleja en cada bocado de un salame bien curado, que representa la fusión de culturas y la adaptación a un nuevo terruño, creando un sabor único que es el orgullo de la provincia.

La innovación en la elaboración del salame, sin perder su esencia, es un camino que algunos productores exploran. Esto puede incluir la utilización de especias autóctonas de la sierra cordobesa, como la peperina o el poleo, en pequeñas proporciones para añadir un matiz aromático. Otros experimentan con diferentes tipos de carnes (como jabalí o ciervo, combinados con cerdo), o con variaciones en los tiempos y condiciones de maduración para lograr perfiles de sabor más complejos o texturas ligeramente diferentes, siempre respetando la base del proceso tradicional que ha dado fama a estos salames.

En definitiva, la elaboración del salame casero tipo salami de colonia es una disciplina que combina ciencia, arte y tradición. Requiere un profundo respeto por la materia prima, una meticulosa atención a la higiene, un control riguroso de las condiciones ambientales y, sobre todo, pasión por el oficio. Dominar cada una de estas etapas es lo que permite al chacinero cordobés producir un salame que no solo es delicioso, sino que también es un embajador de la rica herencia gastronómica de la provincia, un producto que se ha ganado un lugar de privilegio en la mesa argentina por su calidad y su sabor inigualable.


Longaniza Cordobesa


La longaniza cordobesa es otro de los tesoros gastronómicos de nuestra provincia, una variedad de embutido seco que, si bien comparte similitudes con el salame en su proceso de curado, se distingue por su composición, su granulometría y, fundamentalmente, por su perfil de condimentación. Es un producto que encarna la tradición chacinera familiar, a menudo ligada a la herencia española e italiana, y que evoca el sabor auténtico de las sierras. Su elaboración requiere de un profundo conocimiento de la materia prima y de los tiempos de maduración, resultando en un embutido con un sabor intenso y una personalidad única que la hace destacar en cualquier tabla de fiambres.

Una de las diferencias fundamentales entre la longaniza y el salame cordobés radica en la granulometría de la carne. Mientras que el salame de colonia se caracteriza por un picado grueso que permite distinguir claramente los trozos de carne y grasa, la longaniza suele llevar un picado más fino, generalmente con discos de 4 a 6 mm. Esto le confiere una textura más homogénea y compacta al corte, y una sensación más suave en el paladar. Esta diferencia en el picado también influye en la liberación de los sabores durante el amasado y la maduración, permitiendo que las especias se integren de manera más sutil en la masa cárnica.

La condimentación específica es el sello distintivo de la longaniza cordobesa. Si bien comparte algunas especias con el salame, la longaniza se inclina hacia perfiles más aromáticos y, en ocasiones, con un toque de picante. El pimentón dulce es un ingrediente clave que le aporta un color rojizo característico y un sabor ligeramente ahumado y dulce. El ajo fresco, finamente picado o molido, es indispensable, junto con la pimienta negra (molida, no en grano como en muchos salames). Una de las adiciones que realmente define a muchas longanizas cordobesas es el ají picante, ya sea molido o en copos, que le confiere ese toque vibrante y característico. Algunas recetas tradicionales también pueden incluir pequeñas cantidades de comino o anís, lo que añade capas de complejidad aromática que la distinguen.

La selección de las carnes y grasas para la longaniza sigue principios similares a los del salame, pero con algunas adaptaciones. Se utiliza principalmente carne de cerdo de buena calidad, buscando un equilibrio entre magro y grasa. El tocino dorsal es el preferido por su firmeza, que ayuda a la textura final. La proporción carne/grasa suele ser similar al salame (alrededor de 70-30%), pero la granulometría más fina hace que la emulsión de la grasa sea más uniforme en la masa, contribuyendo a una textura final más consistente y menos granulosa que en el salame de picado grueso.

El proceso de elaboración de la longaniza sigue los pasos generales de los embutidos secos: picado, amasado, embutido y maduración. Sin embargo, el amasado cobra especial relevancia debido al picado fino; es fundamental que la masa adquiera una excelente liga para evitar que se desmorone. El embutido se realiza en tripa natural de cerdo o, en ocasiones, de cordero, que son más finas que las de vaca. Esto contribuye al menor diámetro de la longaniza y a un secado más rápido en comparación con salames de mayor calibre. La tripa debe ser compacta y sin burbujas de aire para evitar problemas de maduración.

Una vez embutidas, las longanizas inician su proceso de maduración y secado, que es el factor determinante de su sabor y textura final. Este proceso es similar al del salame, comenzando con una fase de fermentación inicial en estufas o ambientes controlados (20-24°C, 85-90% humedad) por 24-48 horas. Durante esta fase, las bacterias lácticas actúan, generando acidez y contribuyendo a la seguridad del producto. Luego, pasan al secadero, donde las condiciones de temperatura (12-16°C) y humedad (70-80%) son críticas para una deshidratación lenta y controlada. La ventilación es crucial para permitir que la humedad escape de manera gradual y uniforme.

Durante la fase de secado, la longaniza, al igual que el salame, desarrolla una floración superficial de moho noble de color blanco o grisáceo. Este moho es beneficioso, ya que protege el embutido de mohos indeseables, regula la pérdida de humedad y contribuye al desarrollo de aromas y sabores complejos. Los elaboradores experimentados saben cómo gestionar este moho, asegurando que se forme de manera uniforme y que no haya crecimiento de bacterias o mohos perjudiciales. La paciencia es fundamental, ya que la maduración puede llevar desde unas pocas semanas hasta dos o tres meses, dependiendo del diámetro del embutido y de las condiciones climáticas.

El control de calidad durante el secado y la maduración es constante. Se monitorean la temperatura y la humedad del secadero con termohigrómetros. También se realiza un control de peso periódico, ya que la pérdida de humedad es un indicador directo del progreso del secado. Una longaniza bien madurada habrá perdido entre un 30% y un 40% de su peso original. El aroma, la firmeza al tacto y la apariencia del moho superficial también son indicadores importantes del punto óptimo de curado, momento en el cual la longaniza estará lista para ser disfrutada.

La longaniza cordobesa tiene un fuerte vínculo con las tradiciones familiares y las festividades. A menudo, su elaboración se realiza en el ámbito casero o en pequeños obradores artesanales que han pasado el conocimiento de generación en generación. Es un producto que se degusta en reuniones, asados y celebraciones, y que a menudo se ofrece como parte de las famosas picadas serranas, acompañada de quesos, aceitunas y un buen vino regional. Su presencia en la mesa es sinónimo de autenticidad y de un sabor que evoca la tierra y las costumbres de Córdoba.

En cuanto a las variantes regionales, si bien la longaniza cordobesa tiene un perfil definido, pueden encontrarse pequeñas diferencias en la proporción de picante o en la incorporación de alguna especia local. Algunos productores artesanales incluso experimentan con toques de vino o hierbas de la sierra para darle un carácter aún más distintivo. Esta flexibilidad permite que la longaniza, dentro de su tipicidad, ofrezca una gama sutil de matices que enriquecen su propuesta gastronómica y demuestran la creatividad de los chacinados cordobeses.

La longevidad y la conservación de la longaniza una vez madura son una de sus grandes ventajas. Al ser un producto deshidratado, se conserva por largos periodos en un lugar fresco y seco, o refrigerado una vez cortada. Su capacidad para ser almacenada la convierte en un producto ideal para el comercio y para el consumo a lo largo del tiempo, permitiendo que sus sabores sigan desarrollándose sutilmente con el paso de las semanas, brindando una experiencia gustativa compleja y evolutiva.

En resumen, la longaniza cordobesa es mucho más que un embutido; es un ícono de la cultura gastronómica de nuestra provincia, un testimonio de la maestría artesanal y de la rica tradición chacineras. Su particular granulometría, su especiado característico y el cuidado proceso de maduración la convierten en un producto de inigualable sabor y calidad. Dominar su elaboración es adentrarse en uno de los secretos mejor guardados de la cocina regional de Córdoba, y ofrecer un producto que deleita los paladares más exigentes y que conecta directamente con el alma de nuestra tierra.


Bondiola Curada


La bondiola curada es, sin duda, una de las joyas de la charcutería artesanal, y en la provincia de Córdoba, su elaboración ha alcanzado niveles de maestría, convirtiéndose en un fiambre de gran aprecio en las picadas serranas. Se trata de un producto que destaca por su terneza, su sabor delicado pero profundo y su marmoleado característico, resultado de un proceso de curado en seco y maduración lenta que exige paciencia, precisión y un control ambiental riguroso. A diferencia de los embutidos, la bondiola se cura como una pieza entera, lo que le confiere una textura y un perfil aromático únicos, donde la carne y la grasa se transforman en una delicia. Es un ejemplo perfecto de cómo una materia prima de calidad, sumada a un proceso artesanal cuidadoso, puede dar origen a un producto de alta gama.

La selección de la materia prima es el punto de partida innegociable para una bondiola curada de excelencia. Se utiliza el corte de bondiola de cerdo (o cogote de cerdo), que es la pieza que se encuentra entre la cabeza y el lomo del animal. Esta pieza es ideal para el curado debido a su infiltración natural de grasa intramuscular, que le aporta jugosidad y sabor durante todo el proceso de maduración. Es crucial seleccionar bondiolas de animales jóvenes y sanos, con un buen equilibrio entre carne magra y grasa. La pieza debe estar fresca, sin golpes ni hematomas, y con un color rosado brillante. El desposte debe ser prolijo, retirando cualquier exceso de grasa externa o membranas que puedan dificultar la penetración de la sal.

El proceso de salazón en seco es la técnica fundamental para la bondiola curada. Una vez limpia y preparada, la pieza se cubre generosamente con una mezcla de sal gruesa, azúcar (en menor proporción, para ayudar a la caramelización y a la microflora), y especias. Las especias varían, pero comúnmente incluyen pimienta negra recién molida, ajo en polvo o granulado, pimentón dulce, y a veces hierbas aromáticas como orégano o romero, que aportan complejidad al sabor final. La sal es el agente principal de deshidratación y conservación, extrayendo la humedad de la carne y creando un ambiente desfavorable para el crecimiento bacteriano. El azúcar contrarresta la dureza de la sal y contribuye al desarrollo del aroma.

Durante la salazón, la bondiola se coloca en recipientes limpios, preferentemente de plástico de grado alimenticio, donde se cubre completamente con la mezcla de sal y especias. El manejo del tiempo de curado es crucial y directamente proporcional al peso de la pieza: generalmente, se estima un día de curado por cada kilogramo de bondiola. Durante este período, que puede durar desde 5 hasta 10 días, la bondiola debe girarse diariamente para asegurar una salazón uniforme y permitir que los líquidos liberados se escurran. Este paso inicial de salazón es vital para la seguridad microbiológica y para iniciar la deshidratación de la pieza.

Una vez finalizado el tiempo de salazón, la bondiola se lava cuidadosamente bajo agua fría para eliminar el exceso de sal y especias de la superficie. Este lavado es importante para evitar que el producto final sea excesivamente salado y para preparar la pieza para la siguiente etapa. Tras el lavado, se procede al asentamiento o post-salazón, donde la bondiola se deja escurrir y reposar por unos días en un ambiente frío y con cierta humedad. Esta fase permite que la sal se distribuya de manera más uniforme dentro de la pieza, igualando la concentración salina y preparándola para la maduración, lo cual es esencial para una curación homogénea y para evitar la formación de "bolsas de sal".

El siguiente paso es el embutido o enfundado, aunque en el caso de la bondiola no se utiliza tripa en el sentido tradicional. La pieza se introduce en una malla elástica de red o se envuelve en una tela de algodón limpia, que le dará forma y la mantendrá compacta durante el proceso de secado. Algunos elaboradores también pueden untar la bondiola con una pasta de pimentón, ajo o hierbas antes de enfundarla, lo que no solo añade sabor, sino que también protege la superficie. Este paso es importante para asegurar una deshidratación uniforme y para que la bondiola mantenga una forma atractiva y cilíndrica.

El secado y maduración lenta es la etapa más prolongada y delicada de la elaboración de la bondiola curada. La pieza se cuelga en un secadero con condiciones ambientales controladas: temperaturas que oscilan entre 12°C y 18°C y una humedad relativa que se mantiene entre el 70% y el 80%, con ventilación constante pero suave. Durante semanas o meses (generalmente de 2 a 4 meses, dependiendo del peso de la bondiola y las condiciones), la pieza pierde humedad de manera gradual, los jugos se concentran y las enzimas naturales de la carne actúan, descomponiendo proteínas y grasas para desarrollar los complejos aromas y sabores característicos del fiambre curado.

El control de humedad y moho es crucial durante la maduración. Una humedad demasiado baja puede provocar un secado excesivo y el endurecimiento de la superficie (costra), mientras que una humedad muy alta favorece el crecimiento de mohos indeseables. La aparición de moho noble (generalmente blanco o grisáceo, y que puede limpiarse) es deseable, ya que protege la superficie y contribuye al sabor. Sin embargo, se debe estar atento a la aparición de mohos negros o verdes, que indican un problema y requieren la limpieza o el descarte de la pieza. El monitoreo constante con termohigrómetros y la ventilación adecuada son herramientas esenciales para gestionar estas condiciones.

El proceso de descolgado y estacionamiento final ocurre cuando la bondiola ha alcanzado su punto óptimo de maduración, que se verifica por la pérdida de peso (aproximadamente un 30-40% del peso inicial), la firmeza al tacto y el aroma característico. Una vez madura, la bondiola puede ser retirada del secadero y almacenada en un lugar fresco y seco, o refrigerada. Este estacionamiento posterior permite que los sabores se asienten y se integren aún más, mejorando la textura y el perfil aromático antes de su consumo. Una bondiola bien curada puede conservarse por varios meses si las condiciones de almacenamiento son las adecuadas.

La loncheado y degustación de la bondiola curada es el momento culminante de este proceso. Se recomienda cortarla en lonchas finas, preferentemente con una máquina cortafiambre, para apreciar plenamente su textura tierna y su sabor. La bondiola curada es un fiambre versátil que se disfruta sola, en picadas, sándwiches o como ingrediente en platos gourmet. Su sabor umami y ligeramente dulce, con notas a nuez y especias, la convierte en un acompañamiento ideal para vinos tintos de la región cordobesa, quesos semicurados y panes artesanales.

En la provincia de Córdoba, la elaboración de bondiola curada ha sido influenciada por las tradiciones charcuteras europeas, especialmente las italianas, que encontraron en el clima serrano un ambiente propicio para replicar sus técnicas. Localidades como Colonia Caroya, aunque más famosa por sus salames, también tienen maestros que elaboran excelentes bondiolas, manteniendo viva una herencia que se ha adaptado y enriquecido con las particularidades de la región. La calidad de la materia prima local y el saber hacer de los productores cordobeses la han posicionado como un producto estrella en la gastronomía provincial.

En síntesis, la bondiola curada es un testimonio del arte de la charcutería artesanal, un producto que requiere de paciencia, técnica y un profundo conocimiento de los procesos bioquímicos que transforman la carne en un manjar. Desde la meticulosa selección de la bondiola hasta el control preciso de la salazón y la maduración, cada etapa es crucial para obtener esa pieza de sabor inigualable y textura sublime. Para el chacinero cordobés, dominar la elaboración de la bondiola curada no es solo una habilidad, sino una forma de honrar una tradición y de ofrecer un producto que es sinónimo de calidad y del buen vivir serrano.

Jamón Crudo Artesanal 


El Jamón Crudo Artesanal es, sin lugar a dudas, la cumbre de la charcutería y el curado de carne, una obra maestra que requiere de un profundo respeto por los tiempos, la materia prima y un dominio absoluto de las condiciones ambientales. Si bien su proceso completo de elaboración, que puede extenderse por más de un año, excede el alcance práctico de un curso introductorio en el tiempo, es fundamental comprender los conceptos básicos que rigen su producción. En Córdoba, aunque no es una región tradicionalmente jamonera en la escala de otras zonas de Argentina o España, el creciente interés por los productos curados de alta calidad ha llevado a algunos productores artesanales a aventurarse en su elaboración, buscando replicar la exquisitez de un jamón bien estacionado. Es un producto que simboliza la paciencia y el arte de transformar una simple pata de cerdo en un manjar de sabores y aromas inigualables.

La selección de la pata trasera de cerdo es el punto de partida esencial. Para un jamón crudo de calidad superior, se buscan cerdos de razas específicas, con una alimentación controlada que garantice un buen desarrollo muscular y, crucialmente, una adecuada infiltración de grasa intramuscular. El peso de la pata es importante, ya que influirá directamente en los tiempos de salazón y maduración. La pata debe estar fresca, sin golpes ni cortes, y el despiece debe ser preciso para que la pieza conserve su forma y permita una curación uniforme. Es preferible trabajar con patas con el hueso y la pezuña intactos, ya que esto contribuye al desarrollo de los sabores y al control de la maduración.

El proceso de salazón es la primera fase crítica y consiste en cubrir la pata entera con sal marina gruesa. La sal es el principal agente conservante, deshidratante y saborizante. Se frota la sal meticulosamente por toda la superficie de la pata, prestando especial atención a las zonas más difíciles como la articulación o la caña. La pata salada se deposita en pilas, en un ambiente frío y húmedo (aproximadamente 0-5°C y 85-95% de humedad relativa), para que la sal penetre de manera gradual y uniforme. El tiempo de salazón se calcula estrictamente en función del peso de la pata, generalmente un día por kilogramo, para evitar tanto la sobre-salación como una salazón insuficiente que comprometería la seguridad.

Tras el período de salazón, la pata se lava cuidadosamente para eliminar el exceso de sal de la superficie. Este paso es vital para evitar que el jamón final sea demasiado salado y para que el moho noble pueda desarrollarse adecuadamente en etapas posteriores. Inmediatamente después del lavado, se procede a la etapa de asentamiento o post-salazón. Durante esta fase, que dura entre 30 y 60 días, la pata se mantiene en un ambiente frío y con humedad controlada (aproximadamente 3-6°C y 75-85% de humedad). El objetivo es que la sal que ya penetró en las capas externas de la carne se distribuya de manera uniforme hacia el interior de la pieza, igualando la concentración salina y permitiendo que la humedad siga escurriendo lentamente.

Una vez finalizado el asentamiento, el jamón está listo para el secado natural y la maduración prolongada, que es la fase más extensa y donde el jamón adquiere su complejidad. La pata se cuelga en un secadero natural o en cámaras de maduración con condiciones de temperatura y humedad estrictamente controladas. La temperatura aumenta gradualmente con el tiempo (desde 10°C hasta 25°C o más en verano) y la humedad se reduce progresivamente (desde 70-80% al inicio hasta 50-60% al final). Este proceso lento de deshidratación y la acción de enzimas y microorganismos beneficiosos son los responsables de desarrollar los aromas, sabores y texturas característicos del jamón crudo.

Durante la maduración, se produce un fenómeno crucial: el desarrollo de moho noble en la superficie del jamón. Este moho, de color blanco o grisáceo, es beneficioso, ya que actúa como una capa protectora natural, regulando la pérdida de humedad de la pieza y contribuyendo al desarrollo de aromas y sabores específicos a través de sus enzimas. El monitoreo constante de la temperatura, la humedad y la ventilación es esencial para controlar el crecimiento de este moho y prevenir la aparición de mohos indeseables o defectos como la "costra" (endurecimiento prematuro de la superficie que impide el secado interno).

La "untura" o "embadurnado" es una práctica tradicional en algunas etapas de la maduración. Consiste en cubrir las partes más expuestas del jamón (como la "maza" y la "contramaza") con una mezcla de grasa de cerdo, pimentón y, a veces, aceite vegetal. Esta capa protege la superficie de un secado excesivo, ayuda a la difusión de los aromas de las especias y contribuye a la apariencia final del jamón. Es una técnica que requiere de experiencia para saber cuándo y cómo aplicarla para optimizar el proceso de curado.

El tiempo de maduración es el factor más variable y definitorio de la calidad de un jamón crudo. Para un jamón artesanal, este período puede ir desde los 12 meses hasta 24 meses o incluso más, dependiendo del peso de la pata, las condiciones del secadero y el perfil de sabor y curación que se busque. Durante este tiempo, la pata pierde entre un 30% y un 40% de su peso inicial, las grasas se oxidan lentamente, las proteínas se hidrolizan y los aminoácidos libres y péptidos contribuyen al complejo sabor umami que caracteriza a un buen jamón.

La identificación de un buen jamón crudo es una habilidad que se desarrolla con la experiencia. Se evalúa por su aroma (complejo, con notas a curado, frutos secos, a veces un toque de bodega), su textura (firme pero jugosa, con grasa infiltrada), su color (rojizo intenso y brillante, con el marmoleado de grasa visible) y su sabor (equilibrado, persistente, con el punto justo de sal). La "calado" es una técnica tradicional que consiste en introducir una pequeña aguja de hueso o marfil en diferentes puntos del jamón para evaluar su aroma interno y el grado de curación, una prueba decisiva para determinar su punto óptimo.

Si bien la producción de jamón crudo en Córdoba no tiene la escala o la tradición centenaria de regiones como Salamanca en España (con sus famosos jamones ibéricos y serranos) o Parma en Italia (con el Prosciutto di Parma), el interés creciente por la charcutería de autor ha impulsado a algunos productores a invertir en las instalaciones y el conocimiento necesarios. Se busca replicar la calidad y el sabor de los grandes jamones, aprovechando la calidad del cerdo local y las condiciones ambientales particulares de ciertas zonas de la provincia que pueden favorecer este tipo de curado.

En Argentina, el Jamón Crudo es un fiambre de consumo masivo y muy valorado, pero la producción artesanal de larga maduración es un nicho que está en expansión. Comprender los principios del jamón crudo no solo es fundamental para su eventual elaboración, sino que también enriquece el conocimiento sobre todos los demás chacinados secos y curados, ya que muchas de las bases (salazón, maduración, control de humedad) son comunes y aplicables a menor escala en salames y bondiolas.

En síntesis, el jamón crudo artesanal es un desafío fascinante y una recompensa culinaria incomparable. Aunque su proceso es largo y complejo, comprender sus conceptos básicos de selección de la pata, salazón, asentamiento, secado y maduración es fundamental para cualquier chacinero que aspire a la excelencia. Es un producto que nos enseña la importancia de la paciencia, el control ambiental y la transformación de la materia prima en una delicatessen que es el orgullo de cualquier maestro charcutero. Su estudio sienta las bases para apreciar y, quizás en el futuro, aventurarse en la elaboración de este rey de los fiambres.


TRABAJO PRÁCTICO


A) Considerando las diferencias de granulometría y condimentación, ¿cuál crees que es el mayor desafío al pasar de elaborar un salame de colonia a una longaniza cordobesa, y cómo lo abordarías en términos de proceso?

B) Si tuvieras la oportunidad de innovar en la curación de una bondiola, ¿qué especias autóctonas de la sierra cordobesa (más allá de las tradicionales) o qué tipo de madera para un ahumado sutil (si se decidiera aplicar) considerarías incorporar para darle un toque distintivo y por qué?

(NOMBRE DEL CANAL:NACHO Z, AÑO:2020,TÍTULO DEL VÍDEO:"ASI SE HACEN LOS SALAME MAS FAMOSOS DE ARGENTINA COLONIA CAROYA")